Siendo profesora en varias materias en la facultad de arquitectura, como urbanismo, ordenamiento territorial, diseño sustentable y ciudad, diseño arquitectónico, y bioclimática, entre otros; me pude percatar que existía una gran brecha en lo que concierne al análisis previo al proceso de diseño – sea de una silla, un espacio, un edificio, etc.

Esta brecha de conocimiento ha tenido un impacto negativo en nuestra vivienda y calidad de vida en nuestras ciudades. Meditar sobre de qué forma el entorno del lugar puede influir en el espacio construido final es ¡importante e imprescindible!

Analizar un lugar comienza por su clima. Sobre  cómo los edificios que rodean el lote vacío pueden arrojar sombras a nuestro futuro edificio o espacio público, o tal vez como los mismos van a obstruir hacia nuestro proyecto el flujo de los vientos.

El diseño correcto es aquel que no desconsidera – jamás –  los flujos energéticos del lugar. 

Debemos entender que existe un gran poder de la arquitectura sobre la sociedad y que de una forma u otra, el bienestar de la población está conectado a los buenos proyectos arquitectónicos. 

¡Un mal diseño puede destruir una casa o salvarla!